Los injertos óseos representan una modalidad terapéutica en cirugía ortopédica, cirugía maxilofacial y odontología, entre otras disciplinas, que busca la reconstrucción y reparación de defectos óseos. Este procedimiento implica la transferencia de tejido óseo de una ubicación anatómica a otra con el propósito de restaurar la integridad estructural o funcional del hueso comprometido.

Existen diversas categorías de injertos óseos, cada una con sus características particulares. Los injertos autólogos, por ejemplo, emplean tejido óseo del propio paciente, extraído de zonas anatómicas como la cresta ilíaca o la mandíbula. En contraste, los injertos alógenos se valen de tejido donado de fuentes humanas fallecidas, previamente procesado y esterilizado para su implantación.

Además, se encuentran los injertos sintéticos o de materiales alternativos, los cuales se componen de sustancias diseñadas para replicar las propiedades del hueso, como cerámicas, polímeros biocompatibles o compuestos de hidroxiapatita. Por último, los injertos xenogénicos se basan en tejido óseo animal, que se somete a un proceso de desnaturalización para minimizar su reactividad inmunológica antes de su uso en pacientes humanos.

El tipo de injerto óseo seleccionado depende de varios factores, incluyendo la localización y extensión del defecto óseo, la disponibilidad de tejido donante, las preferencias del paciente y la evaluación clínica del cirujano. Estos procedimientos, aunque fundamentales en la práctica médica, requieren de una cuidadosa planificación y ejecución para asegurar resultados óptimos y minimizar riesgos potenciales, tales como rechazo del injerto o complicaciones relacionadas con la cirugía.